miércoles, 27 de noviembre de 2013

Abrazo, beso y piti



¡¡¡¡Indignación fatal!!!! ¿Será que la suerte se la hace uno? ¿Existe el karma? ¿Por qué siempre me pasan estas cosas a mí? Pobrecita, qué típico en vos…  La verdad es que prefiero atribuirlo a una putadita de la burocracia cósmica antes que reconocer que soy bobita y que sí, la suerte se la busca uno. Estoy hablando de la facilidad con la que mi intimidad es invadida constantemente como una tomadura de pelo. Y eso que no me queda mucho. Otra vez han intentado robarme, pero esta vez, sin éxito. Y no porque lo haya impedido aplicando mis conocimientos de artes marcianas después de un cuatrimestre de Taekwondo, ni porque haya llegado a tiempo para apretar el gatillo del karma. Ganas no me faltaban. Pero no, no fue por eso. La verdad es que no sé por qué fue. O mejor dicho por qué no fue. 

Calculo que no pudieron romper el candado con lo que llevaban encima, o que no se las ingeniaron para descifrar la clave de cuatro dígitos. Sí, leyeron bien, era un candado de esos… De los de mierda que se abren solo con mirarlos. Al principio usaba una clave que durante un tiempo usé para todo, hasta para la tarjeta de crédito. Yo pensaba que era tan fácil que nadie imaginaría que existiera una persona tan boluda como para usar esa combinación. Por eso la usaba. Era mi cumpleaños. La clave era mi fecha de cumpleaños. Y lo anecdótico y por qué no, ridículo, es que mi cumpleaños es el 11/11, por lo que la combinación era 1111, la más simple del mundo.  (La digo porque ya no la uso ni la volveré a usar). La cuestión es que el “guardia” de la facultad quiso llevarse todo el crédito cuando nos vio a mi amigo Pep de Potries y a mí intentando terminar de romper el candado, esta vez con éxito, para poder irme a casa en mi bici, e insinuó que éramos ladrones… Me hirvió la sangre. El candado estaba todo torcido, motivo por el cual no podía abrirlo.  Nos ayudamos de un pedrusco enorme que Pep se sacó de bajo de la manga, como en las películas y yo llevaba una llave inglesa en la mochila (oh!) para ajustarle los frenos que justo hoy había aflojado antes de irme a clase para quitarle el cajoncito de detrás, que estaba todo flojo y colgando de una tuerca, y entonces pensé: “ahora que no tiene el cajoncito, no me la querrán robar?......... Nah!”  ¿¿Casualidad?? ¿¿Suerte?? Ahora la bici parece un poco menos cutre, o más ligera, o menos llamativa, o más. En fin, es una bici de niño por la que ni siquiera pagué, pero es MI bici. 

Una vez más han querido invadir mi intimidad como aquel día en Rojas Clemente. Bueno, como uno de aquellos días.  Luego de haberme robado la anterior bici de la farola de la equina, y semanas más tarde, haberse metido a robarme la cartera por la ventana de mi coche mientras que yo, bajo la lluvia, yacía en el suelo cambiando la rueda pinchada, justo al lado opuesto de la puerta del conductor, le di otra oportunidad al barrio. Para unas mañanas más tarde salir al balcón y que mis ojos  confirmaran que lo que parecía una inocente broma de mi amiga, era una realidad: “negra, te rompieron el cristal del coche…” Solo puedo decir que me enfurecí. Esta es una historia que tenía pendiente contar pero por vergüenza ajena hacia mí misma la aplacé hasta hoy. No sé si es más vergonzoso el desarrollo o el desenlace. Fue todo tan ridículo que mis amigos inventaron un brindis en honor y burla a esta historia que es justamente lo que da el título a este post.

Mi reacción no la esperé ni yo. Siempre me consideré una persona pacífica a pesar de no ser muy normal, lo reconozco, hablemos desde la humildad. Nunca antes había sentido tantas ganas de hacerle daño a alguien, daño físico, de verdad. Me enloquecí, perdí el control, me llené de ira. Hay testigos. Nunca antes había gritado tan fuerte como ese día, ni sabía que tenía esa capacidad. Casi sobrevolando los escalones, bajé sartén en mano con un objetivo claro. El Cebolla. El yonki más importante del barrio, el que siempre tiene la culpa de todo. El de la nariz rota, la cabeza pelada y la voz carrasposa. Lo tenía claro desde el primer momento, desde que me robaron la vez anterior, desde que lo conocí. Estaba indignadísima. Me habían roto la ventana del coche para arrancarme una radio de mierda pero que reproducía MP3 y lo peor de todo… las tres carpetas de CDs originales, grabados, de amigos, de familia y míos. Mis fieles compañeros de viajes a Gandia, la discografía original completa de Blink182… Alanis Morissette, Aerosmith… Toda mi adolescencia y la de mis amigos materializadas ya no estaban. Pero eso no era lo que más rabia me daba, no era la ausencia, al fin y al cabo son cosas materiales, esos principios los tengo claros. Me daba rabia el hecho de que alguien se sintiera con derecho a joderme así como así y ya está. Por supuesto que las molestias prácticas causadas exageraban la gravedad de la situación y eso me ponía aún más loca. Todo el barrio se enteró. Mis gritos se escuchaban desde el mercado y desde el Rincón de las tapas gratis. Lo cuento y me veo desde afuera. Yo sólo quería reventarle la cabeza a ese….”¡¡hijo de puta, te voy a matar, estoy harta de este barrio de mierda!!....”  Sólo había que verme amenazando a un yonki. Más tarde, como era de suponer, se me pasó toda la euforia, me tranquilicé y empecé a sentirme mal. ¿Y si no fue él y yo estoy aquí amenazándolo con una sartén e insultándolo escandalosamente delante de todos? Me paré a pensar por un momento… ¿y si no fue él? La carga era terrible. Me sentía peor que pensando que había sido él. Me sentí culpable. Me sentí avergonzada y le pedí disculpas. El tipo se conmovió y me abrazó. Me dio un beso. Y luego me pidió un piti. Yo estaba confundida, pero conforme, en parte, así que se lo di. Después de un rato lo tenía a él y a otro cuida coches debajo de mi balcón, ofreciéndome sus servicios “desinteresados” para vigilarme al Poderoso.

Estoy segura de que fue él. Pero no soy de la clase de gente que va por ahí dando sartenazos.





Este es un fragmento de la peli de Sebastián Borensztein, La suerte está echadaque me resultó muy curioso y divertido.  =)